Hoy es un sábado en el cual tengo que imitar a "Chucho" el canino que ven en la foto de arriba (lo cual no se me hace tan difícil, por cierto). Tengo que estar igualito, inmóvil, quieto, tieso y ocioso por un buen tiempo si es que quiero recuperarme lo más rápido posible, y así llegar en perfecto estado a la fiesta que había planificado para Halloween con unos amigos del barrio. La razón principal por la que tengo que estar en la absoluta quietud es que me han sacado dos muelas del juicio, las de abajo, las más dolorosas, las que no salen fácilmente, las que están incrustadas en el hueso y que necesitan un taladro, martillo y cincel para extraerlas (en mi caso).
A 24 horas de haberme operado y extraído las muelas, me miro al espejo, y veo algo raro, no puedo ser yo, es otra persona o me han cambiado de espejo y me trajeron uno del Salón de los espejos de la desaparecida Feria del hogar (Te llama la llama). Veo algo deforme, desfigurado, puedo ver unos cachetes tan inflados como dos globos aerostáticos, y que si abriera mi ventana y me tirara, en vez de caer, rompería cualquier ley de la gravedad flotando en el aire con rumbo desconocido. Me doy cuenta que Kiko, al costado del pata que aparece reflejado en el espejo, tiene el rostro más enjuto y esmirriado del planeta.
No quiero verme, ni que me vean. Me aíslo en mi habitación, en mi pequeño universo, no sin antes, traerme mi pezziduri sabor Sublime, y endulzarme la vida, es lo único que puedo y quiero comer. Cultivaré otra vez con gozo la vagancia, elogiaré la pereza. No quiero estar tirado en mi cama, sino sentado. De manera que, agarro mi laptop, la coloco en mi pequeño escritorio, coloco algo de música, me olvido del mundo por un rato y empiezo a escribir.
Lo que les quiero contar hoy es la crónica de un chimuelo, valga la redundancia, que ya no tiene más sus dos muelitas del juicio. Así mismo, detallaré, todo lo que viví y sentí en aquellos olvidables momentos de tortura (más que física, fue mental).
El lugar del martirio sería el Centro Odontológico Americano de San Isidro. El día y hora (que uno quiero que nunca llegué, pero al final llega más rápido de lo que uno imaginaba) era un viernes a las 11 am en punto. Mi odontóloga y cirujana Ericka Azula, una joven, pelirroja y muy guapa doctora (debo confesar que tengo un especial gusto por las pelirrojas, son mi debilidad, mi talón de Aquiles, tienen un nose qué qué sé yo que me engancha al toque, en fin esa es otra historia). Ericka me esperaba, alicate en mano, para extraerme mis dos muelitas.
Quiero, antes, contarles a grosso modo como llegué, felizmente, a las manos de Ericka. Un día, decidí ir al dentista (obligado por mi madre claro) para un control general, y comenzar a arreglarme mis dientecitos "rompan filas" que tenía en ese momento, y quedar más bello y guapo (en opinión subjetiva de mi madre). Me sacaron, entonces, unas radiografías, y vieron que necesitaba extraerme cuatro muelas del juicio final que me habían salido al fondo en la mandíbula, llamadas también terceras molares. Obviamente, hasta que no me saquen esas benditas muelas no había forma de seguir con el tratamiento de reconstrucción de mis dientes.
No piensen que fue fácil, pues yo esperé como casi tres meses para recién decidirme a hacerlo. La razón es simple, yo le tengo un verdadero pánico al dentista, nunca consideré al odontólogo como a un amigo, sino, al contrario, lo consideraba un enemigo en potencia, un ser insensible, malvado, que me haría sufrir y padecer durante el tiempo que dure la operación. Aseguraba cierta la frase: que los odontólogos siempre van al infierno, claro que si, a donde más podían ir. ¡Joder!.
Asimismo, tenía la idea de que era doloroso, insoportable y terrible sacarse unas muelas. Debo confesar, que en verdad me mariconeé fuerte a la hora de tomar la decisión de ir a extraérmelas, nunca lo hice hasta luego de tres meses. Y la razón por las cual me decidí, aunque suene estúpido y ganso, fue que la chica que me gustaba y estaba saliendo, me dijo que no le gustaban mis dientes. Así de simple, directo y franco.
(...)
- En que piensas, dijo ella.
-En nada, respondí. (Mentira, estaba pensando en ella. Imaginaba que estábamos juntos, abrazados mirando las estrellas, ver pasando una estrella fugaz, a las "tres marías" y la constelación del oso).
- Ferr dime una cosa, ¿Qué es lo que más te gusta de mí o sea físicamente? , dijo ella.
-Me gustan tus ojos, tienes unos ojos muy bonitos, en serio. Le dije.
-Ay, Gracias Ferr. Qué lindo. Y dime ahora ¿qué es lo no te gusta de mi? Dijo ella con sus mejillas colaradas.
- Que hablas mucho jajaja. Nada, fuera de joda, te veo estupenda. Ahora. Dime ahora tú, ¿qué es lo que te gusta de mí? ¿Si hay algo? o ¿qué es lo que no te gusta?
- Jaja, la verdad, no lo tomes a mal, pero no me gustan tus dientecitos.
- ¿Qué tienen mis dientes?, pregunté sorprendido.
-Ósea están bien, pero si te los arreglases te verías mucho mejor, dijo ella mientras se miraba y duplicaba su belleza en su espejito.
(....)
Desde ese momento sin pensarlo, fui a la clínica, saqué una cita, para un viernes a las 11 de la madrugada. Tenía que arreglarme los dientes cuanto antes. A las finales, fue por ella que decidí tirar a la basura todos mis miedos, y sacarme de una vez por todas las cuatro muelas del juicio en una sola operación si fuera posible. No me importaba nada, soportaría heroicamente el dolor por el fin supremo: su amor.
Ahora que lo pienso, creo que las mujeres de alguna manera dominan el mundo y solo ellas pueden quebrantar cualquier cosa, cualquier miedo, cualquier dogma, cualquier principio, y hacer que uno haga las cosas más impensadas, que en un momento de cabeza fría jamás la haría, ni loco.
Bueno me desvié del tema. Como decía, ya había sacado una cita con fecha y hora para la extracción. Ya no me importaba que me doliera, más me hubiese dolido que me diga "Neeexts" por mis dientecitos "rompan filas" y se fije en un pelotudo que la encegueciera y derritiera con una sonrisa "kolynos" bien parecida. Eso sería fatal. De modo que, tenía que hacer algo para mejorar y pronto.
Para suerte mía, el doctor que tenía fama de bestia, bruto e insensible (según mi hermana, que fue atendida por él) no solo te hacía ver estrellas, sino todas las constelaciones juntas (la osa menor, mayor, géminis, libra, etcétera) y hasta las constelaciones perdidas en el universo. El tipo no tenía la más mínima noción de delicadeza a la hora de extraer muelas, ni con las mujeres. De suerte que, aquella vez que fui a sacar una cita, se había tomado una licencia, pues se había roto la mano el condenado. ¡Ja! qué irónico, justo su herramienta de trabajo. Saboreé por dentro aquel infortunio, era la venganza de todas las victimas que pasaron por tus manos e hiciste sufrir, basura.
Fue así, que al no ver otro doctor-cirujano, me pusieron con la amorosa doctora Ericka Azula. Una señora, joven, de cabello rojizo, muy guapa, como había dicho.
Ya era viernes, tenía que ir a mi cita. De manera que llegue al lugar, entre, me persigne (por seacaso). Entro al lobby de la clínica y digo que tengo cita con la doctora Azula, me dicen que espere, que ya me iban a llamar en cualquier momento. Entonces, me siento y espero, cojo una revista y me pongo a hojearla. Coloco mi talón sobre mi rodilla, sentada de macho, y mi pie se empieza a mover de forma descabellada, señal de mi nerviosismo inequívoco, no era para más estaba a minutos de la operación. De pronto sale una joven enfermera diciendo.
-Paciente Fernando Coral.
Ese soy yo. No puede ser ya había llegado el momento. Estaba con el corazón en la mano, pero no había vuelta que darle, la locura ya estaba consumada, tenía que entrar, no había marcha atrás.
-¿eh? Sí, soy yo. Digo con voz trémula.
-Pasa por favor.
Ya en el consultorio, entro, y la doctora me pregunta.
-hola Fernando, ¿cómo estás?, ¿todo bien? Te vi un poco tenso afuera.
-Si todo bien, dije (pero en verdad todo estaba mal, me moría de los nervios, quería irme corriendo, escapar como un niño).
-¿Puedo escuchar música?, luego pregunté
-Sí, claro. Recuéstate ahí.
-¿Va a doler?, pregunté nervioso.
-Te va a molestar un poco, pero no dolerá, no te pongas muy nervioso, sino sí te va a doler. (¡Bah!, por favor, ese es un cliché, que no necesariamente es cierto)
Me siento en la silla de la tortura (la que ven arriba, esa es la misma), la doctora toda amorosa me da voz de aliento, dice que no me dolerá, solo me molestará un poco. Para comenzar, me coloca nose cuantas inyecciones de anestesia en la zona donde se encuentra la tercera molar derecha. Las inyecciones vienen y vienen y nunca acaban, debo reconocer que los hincones, si duelen un poco, hasta al más macho de machos le dolería, es inevitable. Era cierto, cuando me decían que la anestesia era una de las partes más jodidas de la operación, aunque, también, depende de la mano del dentista.
Una vez que ambos lados fueron anestesiados, la doctora me dice que espera quince minutos afuera, para que la anestesia hiciera su efecto. Las inyecciones no me gustaron, la anestesia jode la boca, no lo puedo evitar. Salgo del consultorio con los ojos vidriosos, al borde del llanto, como niño que va por primera vez va a que le saquen su diente de leche.
Esperar sentado, previos a tu extracción, es uno de los momentos de mayor angustia, nerviosismo y desesperación, casi comparable, para mí, al momento de esperar los resultados de una prueba de embarazo luego de haber celebrado el amor con tu pareja en tu primer encuentro y no haberse protegido.
Pasan los minutos, miro mi reloj, empiezo a temblar, los segundos se hacen interminables, !Por Dios! !no aguanto más! !Sálveme quien pueda!. De pronto, aparece la enfermera y me llama.
-Fernando, pase por favor.
Entro al consultorio, es irreversible, sería la primera vez que sentiría tanto dolor físico en mi vida, pero bueno sería un dolor necesario, en pro de una buena causa, de verme mejor, sentirme mejor y estar más presentable. Pero sobre todo, para que la chica que me gustaba en ese momento NO me deje solo por mis dientes, lo cual me dolería mucho más, ni hablar. Así que, me conecte el reproductor de música a mis orejas, tome aire, me persigne (por seacaso, era un operación de alto riesgo) y me eche en la silla de torturas, que ya les mostré arriba.
Ericka me dice que todo estaría bien, me dolería un poquito nomás, mas sentiría una molestia, pero no dolor, y si lo sentía que levante la mano de derecha (¡bah!, eso dicen todos los dentistas, para crearte una falsa ilusión de tranquilidad). Luego pasa a colocarme una tela en mi cara, dejando solo visible mi boca. Me colocan algo en los labios, acercan la luz a mi rostro y comienza.
-Pásame, el bisturí, le dice la doctora a su asistente.
Luego de casi 45 minutos....
(...)
-Muñeco, ya está, ya salieron las dos, ya vez no dolió, ahora te pondremos los puntos que es lo más fácil. Dijo Ericka.
Con mi rostro de zombi y al borde del desmayo, solo atiné a mover la cabeza confirmando su aseveración.
Debo confesar, una vez terminada la operación, que no sentí mucho dolor, salvo por una maquinita que parecería que estuvieran taladrándome la mandíbula, eso sí dolió un poco. Pero en suma, no sentí dolor alguno. Mis dos muelas salieron, me suturaron las heridas y listo. Había acabado.
Me sentía bien y mal. Bien porque al fin la tormenta había pasado, la locura ya estaba hecha; y mal, porque me había torturado mentalmente y renegado como un niño de algo que había creado en mi cabeza que no era más que una mentira sin fundamento, respecto al dolor. Me dejé llevar por las opiniones de amigos y familiares que estaban equivocados o no habían ido a un buen dentista. Al menos pude confirmar la teoría de que no todos los dentistas hacen doler, aunque eso depende de tu mandíbula y tu cirujana (que en mi opinión debe ser mujer y si es pelirroja mejor).
Me levanto, me miro en el espejo del consultorio, ya veo los efectos, mi rostro se hincharía poco a poco. Hablo con la doctora y me da un sin fin de antibióticos e inyecciones de nombres impronunciables. Me dice que tengo que ponerme dos inyecciones ahorita, para que de ese modo, no me duela pasado el efecto de la anestesia. Ericka, me dice que vuelva el lunes en la mañana para una revisión, y que solo puedo comer helados y pastas, y que me coloque hielo para disminuir la hinchazón.
Salgo, todos me miran, seguramente pensarían: que valiente ese muchacho carajo. Ja si supieran, que al comienzo me mariconié horrible. Pero, ya lo había hecho y estaba de alguna manera contento, me sentía bien, alivianado; al fin me arreglarían los dientes, lo cual me ponía feliz. Obviamente, igual me gustaba dar esa imagen de valentía y hombría repentina y falsa, y ser el ejemplo de los niños que pululaban por ahí, y que no querían entrar por temor al dolor.
Como no todo podía ser un lecho de rosas, venía lo peor. La primera inyección en el trasero. Para hacerles el cuento corto, yo soy tan miedoso como Gokú en este video, odio las agujas, me dan terror. Definitivamente, soy igual que él.
Bueno, esta fue mi experiencia, mi locura, mi aventura en el dentista. Hasta el momento ya me han sacado las cuatro muelas del juicio. Ya estoy listo, ahora si, para arreglarme mis dientes y lograr con ello el fin supremo (o al menos tener la esperanza de lograrlo), que si leyeron con atención el post sabrán cuál es. Por lo pronto tengo que descansar y seguir imitando a "Chucho" por un tiempo indefinido.
[Para los lectores, que lean este post, y piensen sacarse algún diente, muela o lo que fuere, recomiendo ir al Centro Odontológico Americano, en especial con mi dentista, la doctora Ericka Azula, una excelente odontóloga, me trató con gran humanidad y compasión; además, que tiene una mano, no me hizo doler casi nada, más me dolieron las casi seis inyecciones que me tuvieron que poner después, ¡pobre poto! parecía un colador el pobre de tanto jeringazo]
[En la foto de abajo aparesco yo, agazapado, como un vampiro, ocultando mis cachetes elefantiásicos (se puede ver un poco la hinchazón, no es para más me sacaron dos muelas al hilo); ojala pase rápido, antes de mi fiesta de Halloween.]
[Unwell de Matchbox 20, un temón. La escuchaba mientras me sacaban las muelas.]